El entramado de sociedades musicales que se desarrolla en España llega a su máxima expresión durante el primer tercio del siglo XX, creándose más de 150 sociedades que mantienen en muchos casos sus propios circuitos internos. Un ejemplo del papel dinamizador que atesoraban está en la Sociedad Filarmónica de Bilbao, creada en 1908 y donde el compositor Andrés Isasi estrenó algunas de sus obras antes de iniciar su formación con Humperdinck en Berlín, de donde regresó con el estallido de la Primera Guerra Mundial. A pesar de su perfil discreto sus obras siguieron estrenándose en Estocolmo, Budapest o Berlín.
En 1917 el compositor italiano Alfredo Casella, tras haber participado en diversas sociedades internacionales, funda la Società Nazionale di Musica con idénticos preceptos que sus homólogas españolas: la divulgación de la música italiana (eminentemente de jóvenes compositores), la preservación de su patrimonio artístico y el fomento de las relaciones musicales con otros países, entre ellos España. De hecho, Casella será una figura apreciada en los círculos intelectuales españoles, pudiendo escucharse obras suyas en Granada o Madrid a través de la Sociedad Nacional de Música. Su rapsodia orquestal Italia es un ejemplo de las concomitancias estéticas que movían ambas sociedades.
Es tal vez Óscar Esplá el compositor de su generación de más inexplicable olvido. Su peculiar voz, que se pasea desde la revisión neoclásica hasta el aperturismo a los lenguajes musicales europeos, resume muchas de las directrices creadoras de sus contemporáneos. La Sinfonía Aitana se convierte en ese contexto en una especie de compendio de sabiduría donde todos sus patrones estéticos hacen acto de presencia pero manteniendo las vanguardias a cierta distancia. De hecho, el subtítulo de la sinfonía, en una fecha tan tardía como 1964, rezará con plena ironía «A la música tonal, in memoriam», cerrando así un siglo de evolución sinfónica en España.
