Tierra negra. Un caballo blanco. Rito de muerte y rito de salvación, en las propias palabras de Gustav Mahler. A partir de su
Sinfonía Nº 2, el gran director teatral Romeo Castellucci elabora, con precisión de orfebre, un espectáculo conmovedor. Que
efectivamente con-mueve. Saca de la quietud. Inquieta en el mejor sentido. Rescata, en todo caso, esa vieja función del arte de
hablar de lo que lo rodea. De hacerse cargo del dolor y, también,
de la esperanza. Del renacimiento.
El Teatro Colón presentará esta Resurrección, estrenada en 2022 en el Festival de Aix en Provence –que nuclea las propuestas más desafiantes en el mundo actual de las artes escénico musicales– y hasta ahora nunca repetida. Y lo hará en la Rural y con el formato de un gran espectáculo popular. Un gran espectáculo donde los ejes serán ni más ni menos que la música de Mahler, interpretada en vivo con la dirección de Charles Dutoit, y el teatro de
Castellucci. No se tratará de abrir el Colón a lo que ya tiene su lugar en el mercado y los medios masivos de comunicación sino todo lo contrario: abrir aquello que sólo el Colón puede ofrecer a la consideración y, sobre todo, a la emoción de un público que, por diversas razones, habitualmente no accede a ello. La Sinfonía Nº 2 de Gustav Mahler fue escrita entre 1888 y 1894. En un mundo convulso. En tensión. Las fronteras eran inciertas. Y no solo las fronteras geopolíticas. Aquello que en los siglos XVIII y XIX se había expresado en la poesía, la novela y el teatro como “el doble maligno” –el doppelgänger– o el Mr Hyde (fonéticamente “oculto”) del Dr Jekyll, tomaba la forma del inconsciente en las investigaciones de otro doctor, Sigmund Freud. Se difuminaba el contorno en las pinturas que, expresamente, representaban luces y sombras, impresiones, y no objetos. Y la música se acercaba al abismo de un sistema nuevo, que escapaba del orden establecido durante unos cuatro siglos con la tonalidad funcional. Mahler negó que su obra fuera descriptiva. Pero allí estaba la musicalización de la oda “Resurrección”, del poeta Friedrich Klopstock. Y, claro, el origen de la composición como un poema sinfónico llamado “Totenfeier” (Ritos fúnebres). La escena pensada por Castellucci es contundente. El ritmo, la luz y la música convierten la acción en rito y en poesía. Hay un mundo en guerra. Un mundo devastado –este–. Pero un mundo capaz, también, de la resurrección
